jueves, 15 de febrero de 2018

Relato: Feliz San Valentín

Estás en la cocina. El día ya termina, pero todavía no puedes relajarte hasta que estés en tu cama, y un mal presentimiento revuelve tus pensamientos.

Sabes que algo va a pasar.

«¡Goool! ¡Gol del PSG! ¡Ponen el marcador uno a cero!»

Te tensas. Eso es malo. Mejor no salir de la cocina. Te dedicas a lavar los platos y a preparar la comida de mañana. Luego, sin salir de ese espacio tras la puerta de la sala, vas a ducharte para quitar tiempo y ruegas a los jugadores para que empaten el partido.

El agua apaga el sonido de la televisión, pero te alivias cuando escuchas el característico grito de gol del comentarista, esta vez a favor del Real Madrid. Bien, empate.

Cuando terminas, llega ella. Tiene dieciséis años, no sabe nada del dolor y sufrimiento. Ella es feliz, tiene sus miedos, sus defectos, muchas virtudes, y es tu hija al fin y al cabo.

Le sirves su cena y regresas a la cocina. Escuchas que el partido sigue en empate, le oyes maldecir y a la chica reír. Luego, mientras el final del partido se va acercando más y más, pareciendo que va a quedar en empate, escuchas un fuerte golpe.

Silencio.

Pero el silencio dura segundos.

—¡Perdón! ¡Perdón! ¡No lo volveré a hacer! —grita la chica, sollozando.

Asustada, sales de la cocina y corres a la sala. Entonces lo ves, pegándole con fuerza. Ella está tirada en el sofá, intentando defender su rostro como puede y disculpándose entre sollozos fuertes, jurando que no lo volverá a hacer.

Tu hijo pequeño intenta consolarla. Acaricia el rostro de tu hija, lo que tú no eres capaz de hacer. Lo ves hinchado, sus mejillas rojas, sus ojos ardiendo, bañada en lágrimas y te paraliza el miedo.

El niño solo tiene cuatro años. Pero sabe que eso está mal, pero ella le manda callar. Tiene miedo de que reciba lo mismo.

Te sientas a su lado cuando él ha vuelto a sentarse en la silla de la mesa del comedor, volviendo su atención al partido.

—¿Por qué estás así? —le preguntas, y ese es tu error.

Ves como se levanta y te hundes en el sofá con terror. Alzas los brazos para protegerte. Es inútil, él te golpea igualmente. Estás acostumbrada, te dices, pero nunca acabas de acostumbrarte al dolor.

Te deja llorando, tu hijo te consuela con sus pequeños brazos. El partido transcurre, quedan diez minutos. Escuchas el sonido de fondo mientras ves a tu hija mirar la televisión con aire ido, sus ojos brillan de rabia y tienes miedo de que pueda hacer alguna locura. De que se le ocurra contraatacar.

Ves que se levanta, los puños apretados fuertemente. Tienes miedo, pero para tu alivio pasa de largo y se pierde en el pasillo que da a las habitaciones. Escuchas una fuerte pisada en el suelo. Está frustrada, arde en rabia e impotencia, pero no haces nada.

Solo ruegas porque él no lo haya escuchado.

Ella pasa de largo, pijama en mano, directa al baño. Va a ducharse, ya no quiere comer pese a haber dejado más de la mitad de la cena en la mesa.

Cierra la puerta, y tú escuchas un sonido ahogado que quiere decir que se ha esforzado por no dar un portazo. No es tonta, sabe lo que le conviene.

Escuchas unas leves patadas, un canto roto, y sabes que está tratando de descargar su furia contra las toallas. La conoces muy bien.

«¡Goooool del Real Madrid! ¡Le da la vuelta al partido!»

Odias el fútbol.

—¿Nosotras tenemos la culpa de que el Madrid vaya perdiendo? —preguntas al ver que se ha calmado ante el nuevo gol.

Tienes miedo, pero ya no puedes callarte.

—Eres una maldita entrometida.

—¿Por qué estás aquí si no me quieres entonces?

—Quiero mandarlo todo a la mierda, pero por mis hijos no lo hago. ¡Por ellos no lo hago!

—¿Y así es como los quieres? ¿Pegándoles?

Se calla. Seguramente, no quiere arriesgarse a que le denuncies, pese a que sabe que no lo harás. Eres débil, y lo sabes. Pero ellos necesitan un padre, y tu pequeño le adora.

Escuchas la ducha, tu hija se está duchando. La has visto no poder tocar nada con su índice de la derecha, y movía su hombro con dolor. No sabes si le han quedado moretones. Esperas que, por lo menos, no le haya quedado nada en su cara.

«¡Goooool del Real Madrid! ¡Sentencia el partido! ¡Tres a uno! ¡El vigente campeón se alza!»

El partido sigue durante tres minutos de descuento, en los que decides irte a dormir. No quieres verle más, sabes que no irá a la cama, se quedará en el sofá.

Palabras y recuerdos resuenan en tu mente. Sin embargo, la misma te juega una mala pasada, repitiendo la misma frase cada rato, como campanas que no paran de sonar.

Tu propia mente se burla de ti.

«Feliz San Valentín»

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