domingo, 30 de septiembre de 2018

#Origireto2018: Septiembre #2


Año 1960.

California, Estados Unidos.

Takahashi. Akira Takahashi.

Adam nunca olvidaría ese nombre. El de la persona que le salvó de lo que se recuerda ahora en Estados Unidos como «The Japanese Revenge», que dio una vuelta completa a lo que era la Segunda Guerra Mundial.

Adam lo estudió, y esa parte de la Historia era la que mejor se sabía. Más que nada, porque él había presenciado la revuelta, cuando nadie se lo esperaba, en mitad de la noche. Tomaron el buque con todo lo que conllevaba, mataron a todos los tripulantes americanos y los arrojaron al mar.

A todos, menos a uno.

A Adam Wright, el hijo de seis años del almirante Wright que iba a bordo.
Pero eso nadie lo sabía. Todos pensaban que la familia Wright murió esa noche y las olas del mar derivaron sus cuerpos a sus profundidades.

Adam nunca tendría palabras suficientes para agradecerle a aquel soldado el que le hubiese perdonado la vida. No tenía por qué hacerlo, era un americano, hijo de un marine que había arrebatado muchas vidas, que había matado a su gente.

Aún así, Takahashi Akira le había permitido vivir. Adam sabía que debería guardarle rencor por arrebatarle a su familia, pero simplemente no le nacía. Solo sentía agradecimiento.

Quince años habían pasado desde ese incidente, y como bien había sido dicho, las tornas giraron drásticamente. Lo que se saboreaba como una victoria de los Aliados, acabó por ser la gran derrota estadounidense. Una cucharada de su propia medicina.

Se decía que la bomba atómica, creada por científicos americanos, sería el fin de la guerra para Japón. Pero los japoneses fueron más inteligentes, y se infiltraron con el propósito de destrozar la bomba atómica.

Lograron retrasar su funcionamiento, dando tiempo a que el barco lleno de soldados japoneses disfrazados de prisioneros de guerra llegase y orquestase la gran matanza del puerto de Long Beach, en California.

En esa matanza participó Takahashi Akira. Su nombre aparecía repetido varias veces en los libros. Lo más misterioso de ese hombre era que no parecía tener pasado más allá de la milicia.

Su nombre solo aparecía coincidente con un soldado del mismo nombre que murió en la Gran Guerra, pero nada más. Era como si veintidós años de su vida no hubiesen existido.

Adam, ya con veintiún años, sabía que era posible. Nadie le reconocía como el hijo del almirante Wright, sino como un niño que salió de la nada en medio del caos, y recogieron para enviarlo a un orfanato.
Adam se acomodó el yukata que hacía juego con su color de ojos, y se miró en el espejo. Tras la colonización japonesa, Estados Unidos había tratado de independizarse muchas veces, sin demasiado éxito.

Aunque quizá era porque no era una revuelta seria como lo fue contratado Gran Bretaña. Nadie se atrevía a llevar la contra a Japón, pues ya se vio lo que pasó con la bomba atómica en Washington y la siguiente en Los Ángeles.

Los japoneses les atacaron con su propia arma, y eso puso fin a la guerra, sí, pero con la rendición americana en vez de la japonesa.

Todos se preguntaron un largo tiempo cómo era posible que Japón, un país en el que seguían usando katanas antes que pistolas, pudiese haberles atacado con una bomba atómica cuando no sabían prepararla.

La respuesta fue, de nuevo, Takahashi.
Él se infiltró y robó los planos y materiales suficientes para armarla. Sin embargo, tras las dos explosiones, declaró su destrucción.

«Los japoneses no luchamos así. Y si lo hice, fue porque seguía órdenes de mis superiores».

Eso declaró a la prensa, que no tardaría en salir en todos los periódicos y canales.
Sus ojos demostraban una gran rabia pese a haber ganado la guerra. Sus puños se apretaban con fuerza mientras declaraba, pese a haber sido condecorado con medallas y ascensos.

Eso sucedió cuando Adam tuvo siete años.
En esos catorce años, muchas cosas habían cambiado. Con tecnología estadounidense y conocimiento japonés, la industria tecnológica había fomentado de manera impresionante, siendo Tokyo el principal núcleo de esta y quitando a Kyoto como capital del país.

Cosas tan inimaginables como teléfonos que no necesariamente tengan un cable, o que la televisión fuera a color, eran ya reales.
Todo gracias a la unión de los dos países y los pros que cada uno. Estados Unidos había adquirido costumbres japonesas debido a la superioridad de Japón por ser el bando ganador, pero el país del sol naciente había conseguido grandísimos avances en cuestión de años que, de ser de otra manera, le habría costado muchísimo más.

La segunda revolución industrial era la tecnológica, y definitivamente Gran Bretaña se había quedado demasiado atrás en esa cuestión. Pobres ingleses, revolucionarios que ya solo quedarían en la Historia.

Salió de la habitación y atravesó pasillos laberínticos hasta dar con la puerta que buscaba. Tocó suavemente, recibiendo el permiso que esperaba, y la deslizó. Unos ojos le miraron.

Los ojos oscuros de Takahashi Akira, para quien trabajaba.

—Hola, Adam.

Adam se inclinó, con una reverencia, hasta que Takahashi le dijo que era suficiente.

—Sabes que no tienes por qué hacerlo, Adam.

Adam se enderezó y le miró. Suspiró al darse cuenta de las preocupaciones que rondaban a Akira.

—Teniente del ejército, ejerciendo la presidencia de prácticamente dos países, y no eres capaz de contarle al mundo la verdad.

Akira rió amargamente, ajustándose el yukata para que le quedase más suelto.

—Piensa, Adam. A los hombres os gusta que sean otros hombres los que os guíen. ¿Crees que estaríamos creando la primera inteligencia artificial si se supiera que soy una mujer? —suspiró—. Si tú lo sabes, es porque confío en ti. Pero no puede saberlo nadie más, o será un caos que no pienso soportar.

—Pero serías una gran señal de que las mujeres no sois menos que los hombres —señaló la televisión, que tenía puesta una revuelta de mujeres que aclamaban algo como «feminismo».

—Lo sé. Y lo siento por mis compañeras —suspiró de nuevo, mirando la pantalla—. Pero en una democracia donde solo gobiernan hombres, no hay mucho que yo pueda decidir sobre los derechos de las mujeres.

Se puso al lado de Adam, con una mano sobre su hombro, con una sonrisa que auguraba problemas.

—Pero convertiré esta democracia en una de verdad.

Holasa~

Estoy de Japan! So que mejor que un relatillo a finales de septiembre para celebrarlo. Y con temática japonesa :3

Este se correspondería con el número 1! Elige un momento histórico y cuenta cómo sería si hubiera sucedido de otra manera.

Ok. Pues eso. He cogido la II Guerra Mundial y la he puesto como si hubieran ganado los japoneses, enlazando con el relato anterior.

So espero que os haya gustado :3

Dejo links!

La pluma azul de Katty

Solo un capítulo más 

Hasta otra!  


jueves, 6 de septiembre de 2018

#Origireto2018: Septiembre #1

Año 1945.
Hiroshima, Japón.

Mi pueblo puede respirar tranquilo. El intento americano ha quedado en eso, en un intento, y la amenaza que nos acechaba era menor. Pero no por ello menos importante. Seguimos en guerra, y los extranjeros tienen armas a distancia, con las que pueden matar al menos al seis soldados con solo una de ellas.

Sigo creyendo que es algo de cobardes el esconderse tras una de esas cosas a metros de distancia del enemigo. Si fueran soldados de verdad, lucharían con la espada, y morirían con honor. Pero esos hombres le temen a la muerte, y no piensan rozarla de no ser necesario.

Por eso los americanos amenazaban con una de sus preciadas bombas, pero a un nivel mucho mayor. Según la información que corría, Hiroshima iba a ser uno de los principales objetivos de una explosión nunca antes vista. Pero algo ha sucedido, y esa bomba nunca llegó a terreno japonés, para alivio de todo mi pueblo.

Pero no podemos quedarnos así. No podemos. ¡Debemos ganar a los americanos! Si tan solo me dejasen salir al frente, si pudiera luchar con todos...

—¡Akiko! ¿Qué te dicho de jugar con esa katana?

Madre me mira, enfadada, desde la puerta que separa el dojo de la casa. Hago un par de movimientos más, sin pararme a verla, como si no la hubiese escuchado.

—¡Akiko!

El suelo del dojo cruje, y la miro.

—¡No estoy jugando! ¡Y tengo veintidós años, debería poder ir al frente igual que Takashi!

—¡Takashi es un hombre! ¡Tu deber es quedarte en casa! ¿Cuándo lo vas a entender, niña?

—¡No quiero entenderlo! ¡Soy mejor que Takashi con la espada! —Aprieto los labios. No quiero que el destino de mi mejor amigo sea morir en la guerra—. ¡A él no le gusta la guerra! ¡Él no quiso ir, pero yo sí! ¿¡Por qué?!

—¡Porque no! ¡Te prohíbo que cojas esa katana, señorita!

—¡No puedes hacerlo! ¡Es lo único que me queda de padre!

—Claro que puedo.

Su mirada me congela el alma. Es tan profunda, tan seria, que no puedo evitar temblar. Sin embargo, la ira se sobrepone a mi miedo y aprieto el mango de la katana

Padre murió en la Gran Guerra. No lo llegué a conocer, y si lo hice, no lo recuerdo. Solo sé que me dejó esta katana como un recuerdo de cuánto me hubiera querido de seguir vivo. Debo honrar su memoria, ganando esta guerra por mi país.

—No tienes poder sobre mí —alzo la katana hacia ella, y la miro a los ojos.

No me gusta nada de esto. No me gusta enfrentarme a ella, pero no puede evitar que vaya.
Recojo mi pelo en una coleta, y con la katana, lo corto. Los cabellos negros, largos, caen a mi alrededor. Madre me mira impasible, como si nada le afectase.

No le digo nada más. La esquivo mientras salgo del dojo, de casa. Escapo de mi familia, ignoro al hombre que iba a ser mi marido sentado en el tatami del salón.

Nunca más voy a volver a ese lugar. Porque ya no soy Takahashi Akiko.

Soy Takahashi Akira.

Como mi padre.

___
Cuando me alisto en las filas, nadie duda que sea un hombre. Algo débil, menor a lo que en realidad soy, pero un hombre. Mis pechos nunca han sido particularmente grandes y el traje es lo suficientemente holgado para que no se noten mis curvas. Además, mi piel no es tan delicada como el de otras mujeres, porque yo he pasado días enteros al sol entrenando con la katana.

Me envían en una embarcación a Estados Unidos. Infiltración. Me llevan como prisionera de guerra junto a otros soldados más, pero la realidad es que las cuerdas están falsamente atadas para que podamos tomar el control cuando nos sea conveniente.

Nos tratan peor que a basura, y pasamos días enteros sin comer ni beber nada. De vez en cuando, sin desatarnos, nos dan un trozo de pan duro y un vaso de agua que quién sabe de dónde ha salido. No preguntamos tampoco.

Contamos los días con el atardecer y el amanecer, cuyos anaranjados colores aparecen por una rendija de la puerta, en el camarote en el que nos tienen prisioneros. En realidad, creo que hace las funciones de almacén, pero no estoy segura.

Solo soy yo con mis pensamientos. Nos tienen la boca atada menos cuando comemos. Y no son particularmente amables. Hemos recibido palizas como divertimento de esos occidentales, y no puedo evitar preguntarme si todos serían así.

Nunca he sentido tantas ganas de matar a alguien como en estos momentos. De desatarme estas cuerdas y tomar la katana que han guardado dentro de una caja, mientras pensaban que dormíamos, para rebanarles el cuello. O atravesarles el corazón. Lo primero que se me antoje.

¿Eso me convertiría en una asesina? No lo sé. Pero si era así, bienvenido sea. Me da igual.

He venido a la guerra, y no puedo pretender ser considerada con alguien. O son ellos, o soy yo. Los americanos no dudarían en meterme una de sus balas en la frente, yo no dudaré en atravesarles de lado a lado con mi katana.

Ellos han matado a miles de los nuestros, ¿por qué habríamos de tener consideración con ellos?

El décimoquinto atardecer es la señal. Acordamos con gestos salir de madrugada, cuando todos duerman y estén lo suficientemente confiados para saber que no saldremos de nuestra prisión porque ya lo habríamos hecho antes, si hubiésemos querido. Mentalidad occidental.

Sonrío mientras me quito las cuerdas y me destapo los labios.

Por fin, mi momento ha llegado.

___

El momento no es tan bonito como me lo había imaginado.

Mi sed de sangre se desvanece cuando veo las súplicas de aquel niño rubio, con ojos azul cielo, escondido debajo de la cama. Llorando a lágrima y rogando por su vida. No entiendo el inglés, pero no me hace falta

Please... Don't kill me...

Le hago una seña para que se calle. Le respondo a mi compañero que no hay nadie en este camarote cuando me pregunta.

La sangre me mancha la cara, las manos, la ropa, pero no puedo mancharme con la de este niño inocente. Le sonrío y le hago una última seña para que se calle y que no salga de ahí.

Suspiro irónica. Después de todo, madre tendría razón.

No soy una soldado

___

Bueno, bueno, este sería el primero de Septiembre. Para que no coja el tiempo XD.

Sería el reto número 4: haz que tu protagonista se convierta en un asesino. Bien, pues este es el mío. Me viene bien como antecedente del siguiente, que está relacionado con este.

Dejo links!

La pluma azul de Katty

Solo un capítulo más 

Hasta otra!  



 

Escribir Jugando: Septiembre

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El fuerte viento que había hizo que el tintero, en sus últimas reservas, derramase ese poco restante de tinta encima de la carta que estaba escribiendo en el medio del puente, manchándola de negras gotas que hacían ilegible la letra. Gruñó, descartando el papel y sacando uno nuevo.

Entonces, lo escuchó. La puerta de plata que había tras suya emitió un chirrido que le congeló la sangre. Apresuró a sacar su último tintero, su letra era más desesperada.

Se le había acabado el tiempo. La muerte iba a por él, alumbraba las gemas rojas de su alrededor.

Pero aún tenía que despedirse.

Holasa!

Bueno, yo soy masoquista y me apunto a muchas cosas, entre ellas la iniciativa Escribir Jugando de El blog de Lidia, una iniciativa muy interesante. Os dejo ahí el link por si queréis pasaros.


Espero que os haya gustado, son las 100 palabras justas del microrrelato XD.

Hata otra!