miércoles, 7 de noviembre de 2018

#FanficSecreto


Drake suspiró, dejando que el eco de las últimas notas desapareciese en el aire.

Hizo una mueca y tomó la partitura que había estado componiendo, haciendo una mueca y arrugando el papel en su mano, tirándolo al suelo junto a otros tantos fallos que estaban desperdigados por toda su habitación.

El acto de fin de curso sería pronto, y con él, la obra en la que tendría que actuar. Y si no se apresuraba a tener su partitura compuesta para entonces, no podría participar y quedaría en ridículo delante de todo el instituto.

Eso no le preocuparía tanto si no fuera porque sabía que ella iba a estar ahí, y no quería quedar mal delante suya.

Suficiente tenía con el hecho de que tendría que soportar que el pesado de Seaben fuera el bendito príncipe en la obra —y ella la princesa—, mientras él era tan solo un trovador.

Podía agradecerle ese hecho a su amor a la música, sobre todo a su laúd, porque sino sería algo así como un árbol #3 o el sol, aspirando a mucho.

Teniendo en cuenta que la «directora» de la obra era Fay, podía esperarse cualquier cosa. Esa mujer no parecía tenerle ningún afecto —a Seaben tampoco, hecho que hacía que le cayese un poquito mejor—, todo lo contrario a su prima.

Eirene era la persona más maravillosa de todos los mundos. Era guapa, valiente, alegre, divertida. Se le daba bien todo, pero le encantaban los caballos y el tiro con arco.

Y le encantaba, cómo no, Seaben.

Drake bufó al recordar al insoportable muchacho.

Seaben de Lothaire era el típico tío perfecto de las películas. Guapo, atlético, inteligente y, sobre todo, con pasta. Su madre era una mujer muy poderosa —una política, si no recordaba mal— y, por tanto, Seaben era malditamente rico, y se las daba de amable, dado que se ofreció a poner todo el atrezzo de la obra.

Tenía en la palma de su mano a todo el instituto, el público femenino le adoraba, y Eirene había caído en sus encantos de alguna manera que Drake aún no lograba comprender.

En comparación a él, Drake no era nada. No era físicamente atractivo, ni de lejos tenía el dinero que tenía Seaben —así que no podía quedar igual de bien que él en esa cuestión— y lo único que se le daba bien era tocar el laúd, un instrumento que no era tan atractivo como la guitarra eléctrica o la batería, por ejemplo.

Sin embargo, no podría decirse que le tuviera envidia a Seaben. Quizá al principio sí, un poco, como medio instituto, pero con el tiempo se dio cuenta que, en realidad, estaba muy bien con su vida tal y como era.

Seaben podría ser muy millonario y ganar todos los torneos de ajedrez que le diese la gana, pero Drake no sabía si soportaría llevar el peso que le cargaban sobre los hombros.

Como heredero de su familia, debía ser simplemente perfecto, brillante y ejemplar. Drake no estaba seguro si Seaben siquiera podía decidir sobre su futuro o si también eso lo hacía su madre.

De alguna manera, había acabado por tenerle hasta lástima.

Sin embargo, eso no lo quitaba que le siguiese cayendo terriblemente mal. Después de todo, Drake podía sentir que se creía en ventaja con relación a lo que respectaba a Eirene, como si la chica fuese alguno de sus trofeos de ajedrez.

Suspiró, decidiendo dejar de pensar en ello y volviendo su atención a su laúd, iniciando una nueva partitura.

—Venga, vamos a hacerlo —le dijo a su instrumento, acaricándolo con los dedos mientras cerraba los ojos.

Quizá no sería tan bueno y maravilloso como Seaben. Tal vez, nunca sería todo lo que él era.

Pero si algo tenía Drake que nunca podría tener Seaben, eso era su música.

★★★

El día de la obra llegó, y el escenario no podía ser más espectacular. En sí, parecía una obra profesional más que un acto de fin de curso de un instituto, y a Drake le entró el temor a fallar en su representación.

Sería un simple trovador, pero era uno de los protagonistas de la historia junto a Seaben y Eirene. Tenía que hacerlo perfectamente.

—¿Nervioso? —sonrió Eirene, asustándole al llegar por detrás.

—Algo —rio—. ¿Tú?

—Mucho —ambos rieron ante la broma, que no era tan broma al fin y al cabo—. Pero hemos ensayado un montón. Estoy segura de que nos saldrá genial.

—¿Tu prima al final actuará? —preguntó, y Eirene suspiró con una sonrisa.

—Sí, pero no tendrá un papel muy relevante hasta más de la mitad de la obra. Será la princesa que se niega a casarse con el príncipe y escapa.

—Yo también me negaría a casarme con Seaben —se burló.

—No es tan insoportable como parece —rio Eirene y Drake sonrió, aunque no le hacía demasiada gracia—. Tan solo... hay que entenderlo. Pero es buena persona.

—Ya, pues este trovador también es buena persona —dijo con una sonrisa, poniéndose el laúd a la espalda—. Aunque sea algo errante, tiene sus propios motivos para serlo, su Alteza.

Hizo una reverencia en burla, y la risa de Eirene resonó por todo el vestuario, avergonzando a la muchacha.

—Algún día, hasta los habitantes del firmamento conocerían su nombre —dijo la voz de Fay, que hacía las veces de narradora, y había acabado la introducción.

El telón cayó, y esa era la señal de Drake. Eirene le alzó un pulgar y le deseó suerte con un guiño de ojo.

Drake sonrió y respiró profundamente mientras salía al escenario, cruzándose con Seaben en el camino, que estaba rodeado de jóvenes como de costumbre.

Aún con alas, lentillas rojas y ropajes de la era medieval, Seaben no perdía su atractivo. De hecho, el traje de príncipe le sentaba que ni pintado, y parecería uno de esos cuadros de monarcas antiguos si no fuera por las alas.

Ambos se miraron por un instante, como si fuera un desafío no hablado. Drake sonrió y tomó su laúd, el más fiel compañero que jamás tendría, y apartando la mirada de los rojizos ojos de Seaben, salió a escena.

Las luces le alumbraron y el telón se abrió, dejando al descubierto el público que observaba atentamente sus movimientos.

Pero, extrañamente, Drake no tenía temor al público.

—Érase una vez una guerra cruel. Un conflicto que dejaba tras de sí ríos de sangre y familias destruidas por la necedad de los reyes. Una confrontación entre humanos y feéricos que parecía que nunca tendría fin.

Quizá no tenía miedo porque no era Drake «el estudiante», sino Drake «el trovador».

Y un buen trovador no temía a sus oyentes.