domingo, 30 de junio de 2019

#Origireto2019: Julio #1

Infiel

Estaba seguro de que le era infiel. Seguro no, segurísimo.

Sin embargo, no lo quería creer. Carl estaba perdidamente enamorado de Dylan, se conocían desde la infancia y habían pasado toda su adolescencia juntos. Ahora, a pocos meses de la fecha de su boda, el que Dylan le hubiese sido infiel se le antojaba como una puñalada en el pecho.

Si bien no eran la pareja perfecta —Dylan siempre conseguía burlarse de él y luego hacer que le perdonara—, se querían. Habían pasado por mucho hasta llegar hasta ahí, empezando por declararse el uno al otro sin confundir sus sentimientos por una «gran amistad» como sus padres decían. Se habían enfrentado a sus padres, a sus «amigos», a todo el mundo y habían seguido juntos.

Y a pesar de todo... ¿Dylan había sido capaz de engañarlo?
Carl tomó una fotografía de ambos juntos. No era posible. Quizá solo estaba siendo paranoico, muy imaginativo, como Dylan le decía. Sí, vale, se quedaba mucho más tiempo de lo usual en el trabajo pero ¿y qué? El propio Carl se pasaba horas trabajando con el diseño de un logo y el tiempo se le desvanecía. Y Dylan siempre le iba a ver a su trabajo con un café con leche y un beso preparado para él...

No, no era tiempo de recordar cosas bonitas. Tenía que centrarse. Si bien no había tenido el tiempo de ir a su oficina para saber si era verdad, ¿tanto tiempo le llevaba codificar unos programas? O lo que fuera que hace, porque Carl nunca entendía de qué iba su profesión de informático.
Pero si tan solo fuese eso lo entendería. El problema era que había más. Kayl, el mejor amigo de Dylan, le había dicho que había un nuevo chico en la oficina que no dejaba de intentar acercarse a su prometido. Y aunque lo había dicho de broma con un «a ver si te quitan el novio», lo cierto era que en esos momentos todo se le antojaba como pruebas irrefutables.

Y Dylan, que nunca había sido receloso con su intimidad —de hecho, Carl siempre era quien debía recordarle su número PIN—, había cambiado de contraseña. Si bien a Carl no le había molestado en su momento, sí le extrañó. También se había dado cuenta de que apagaba el móvil cada vez que se acercaba, y que evitaba responder cuando Carl le preguntaba qué hacía.

La confianza de Carl siempre había sido ciega, y por tanto nunca le daba más vueltas. Nunca se habían tenido secretos, y no veía razones para empezar a tenerlos. Pero esas pequeñas cosas se le juntaban inconscientemente hasta que al final una última pieza estalló.

Ese día, Dylan no había ido a dormir a su casa.
Y Dylan podía ser muchas cosas, pero siempre llegaba a casa. Aunque fuera a las cuatro de la mañana hasta arriba de alcohol, siempre estaba cuando Carl se despertaba. Y le regañaba, por supuesto, pero le ayudaba a pasar la resaca. Nunca había faltado a dormir, y que lo hiciera por primera vez en ocho años que llevaban viviendo juntos había hecho saltar todas sus alarmas.

Eran las once y cuarenta y cuatro de la mañana del domingo y aún no aparecía. Carl le había llamado cuarenta mil veces, pero tenía el teléfono apagado y tan solo le llegaban los sms de que seguía sin estar disponible. Dylan le había dicho que tenía una reunión con sus compañeros de trabajo por la jubilación de uno, y Carl, que tenía que entregar un logotipo el lunes, había rechazado su invitación a unirse.
Ahora, se arrepentía. De haber ido, quizá en ese momento estuviese feliz con él a su lado. Muriéndose por la resaca y tener que trabajar, pero feliz.

Y lo peor era que, cuando había llamado preocupado a Kayl, este le había dicho que Dylan se había ido temprano con la excusa de que estaba cansado y el chico nuevo de la oficina se había ofrecido a llevarle porque Kayl —quien le había llevado en su coche— se iba a quedar más.

—A lo mejor le ha pasado algo —dijo con preocupación Kayl.

—No responde el teléfono, pero si sabes algo...

—Voy a ver si consigo el teléfono de este chico y te llamo, ¿vale? Y no te preocupes, aparecerá.

—Gracias, Kayl.

Sin embargo, media hora después le dijo que había ido a casa del chico en cuestión y que su coche estaba ahí, pero él no respondía el teléfono ni estaba en casa. Una vez aliviada la preocupación de que hubiese tenido un accidente, a Carl le entró el dolor de saber la única razón por la cual Dylan no había regresado a casa.

Estaba más que claro, para su desgracia. Miró el anillo de compromiso que brillaba en su mano derecha y lo arrojó contra el piso, soltando la fotografía en el proceso y rompiéndose en mil pedazos. Justo como sus sueños.

Las lágrimas empezaron a caer de sus ojos, no sabía si por rabia o por tristeza, o una mezcla de las dos cosas. Tan solo se podían escuchar sus sollozos en medio del silencio de su apartamento, y no supo cuánto tiempo pasó así hasta que escuchó la puerta abrirse.

El corazón se le detuvo por un instante al saber que era él. Era Dylan. Eran sus llaves, sus pasos, era él.

—¿Carl? ¿Estás aquí? ¿Carl?

Cerró los puños con tanta fuerza que las uñas se clavaron en sus palmas. ¿Cómo se atrevía? ¿Cómo? Estar tan tranquilo, después de... No quería ni pensarlo.

En cuanto Dylan llegó al salón, encontró el desastre que había hecho y se sorprendió. Todavía tenía el descaro de sorprenderse.

—¿Qué ha pasado, Carl? ¿Qué es todo esto?

Dejó una caja que llevaba entre manos sobre la mesa, y le miró sin comprender lo que sucedía. Eso fue suficiente para Carl.

—¿¡Cómo te atreves?! —Carl le cogió el cuello de la camisa, sin querer saber dónde se había ensuciado tanto de tierra—. ¡Te odio, idiota!

—Eh, eh, siento llegar tan tarde pero...

—¡Pero nada! ¡Coge tus cosas y te largas! ¿Me oyes? ¡Te vas!

—¡Espera, Carl, escucha...!

Pero Carl no quería escuchar. Empezó a zarandearle y acabó tirándole al piso con él encima. Las lágrimas seguían cayendo, y la expresión desconcertada de Dylan no le ayudaba.

—Escucha, tranquilízate y déjame explicarte...

—¡Que no te quiero es...!

De repente, Dylan hizo que perdiera el equilibrio golpeándole un brazo y le besó. Carl se resistió, pero su prometido aprovechó para cambiar posiciones y arrinconarle entre él y el suelo.

—Ahora me vas a escuchar o aquí nos quedamos todo el día.

—Nada de lo que me digas va a hacer que te perdone, maldito infiel miserable.

—¿De qué estás hablando?

—Ya sé que te líaste ayer con el chico este de tu oficina, no hace falta que intentes inventarte excusas.

—¿Qué? ¿Quién te ha dicho eso?

—Lo sé y punto.

—Pues no, no lo sabes, porque si supieras lo que pasó estarías besándome y no queriendo echarme de casa.

De repente, un maullido sonó, y Carl miró a todos lados. Encontró en la mesa una pequeña gata de color blanco perla, y se extrañó. Ellos no tenían gatos.

—Esa es mi razón por la cual no he vuelto hasta ahora. Si quieres llamarme infiel por ella, adelante. Pero te recuerdo que no soy hetero.

—¿Te crees que me voy a tragar que has pasado toda la noche fuera por una gata? No he nacido ayer, Dylan.

—Si me escucharas, te enterarías —suspiró—. Verás, ayer quería volver pronto para darte una sorpresa y porque me aburría como una ostra ahí, y Gary, el chico nuevo, se ofreció a llevarme porque esa cabaña estaba a tomar por saco...

—Hasta ahí he llegado, pasa ahora a la parte donde no llegas a casa en toda la noche.

—Que sí, escucha. Mientras estábamos en el coche, yo le estaba explicando una cosa de programación y... Bueno, digamos que me malinterpretó y se lanzó hacia mí —Carl arqueó una ceja—. ¡Pero te juro que no hice nada! De hecho, le rechacé y pues... se enfadó un poco bastante. Intenté explicarle que estoy prometido, aunque eso ya lo sabía, pero no le importó y me dejó en la vía perdida de la mano de Dios a las once de la noche.

—¿Te sacó de su coche porque no quisiste estar con él? Ya, claro.

—¡Es la verdad! ¿Tú has visto cómo voy? Estoy perdido de tierra. Encendí la linterna del móvil y pensé en llamarte lo primero, pero en ese sitio no había cobertura. ¡No había nada! Así que empecé a caminar por donde se había ido el coche a ver si encontraba otro.

—¿Y me estás diciendo que en toda la noche no pasó un solo coche? Venga.

—Pasaron, otra cosa era que no acelerasen al verme. Esa cosa estaba muy oscura, hasta yo hubiera pensado que era un fantasma. Cuando llevaba mucho caminando, vi un coche parado y me acerqué pensando que me había visto y quería ayudarme, pero resulta que era para abandonar a esa gata.

—Y la recogiste.

—Exacto. Pero el móvil se quedó sin batería así que no pude seguir caminando y entonces cogí a la gata y me quedé dormido debajo de un árbol. Cuando me desperté era por la mañana y justo uno de mis compañeros regresaba de esa cabaña, así que me trajo. Cuando me recogió eran ya las diez y media.

—Entiendo...

—Por favor, tienes que creerme. Lo he pasado fatal, tienes que decirme que me crees.

Carl miró los ojos de Dylan, y suspiró. Sabía que su novio no le mentía mientras le miraba así, y además de haber mentido se podría haber inventado algo más creíble que semejante aventura. Por ejemplo, que se había quedado dormido ahí y el móvil no tenía batería. Aunque le hubiese descubierto porque él ya había llamado a Kayl, igualmente era más realista.

—Te creo —sonrió, quitándole una mancha de tierra de la mejilla —Dylan le abrazó—. Pero la próxima vez, no te perdonaré que me preocupes así. Y menos que pases la noche con una gata tan mona, infiel.

Dylan rio y la gata maulló, como si lo hubiese entendido.

Entonces Carl sonrió.

Tenía el mejor novio de todos.

Holaa. Llego con el relato de julio sobre la campana. Es el reto 14 con los objetos 13 (sms) y 12 (mascota).

A ver si logro el resto~