martes, 25 de diciembre de 2018
#Origireto2018: Noviembre #1
Se despertó, se miró en el roto espejo y se dio miedo a sí misma.
Perfecto.
La luz de la luna empezó a colarse por su ventana, alumbrando la penumbra de su habitación. Se desperezó con lentitud y echó a caminar, sus aletas azules entorpeciendo su camino. La luz titilante de una bombilla alumbraba la bañera, notablemente desgastada por los años, junto a la cortina desgarrada por lo que, supuso, era la garra de uno de los cambia-formas que había habitado esa casa anteriormente.
Llenó la bañera de agua casi congelada, y se metió dentro, relajándose.
Ser un monstruo era agotador, menos mal que tenía el día libre…
O lo tenía hasta que escuchó los cuchicheos y el crujir de las tablas de madera en el piso de abajo.
Soltó un suspiro, hundiéndose más en la bañera.
Odiaba a los renacuajos pequeños. Era espantoso tener que lidiar con sus gritos, pero al menos eran los primeros en largarse. Por ello, odiaba más a los renacuajos medianos, que se hacían los valientes hasta que veían que “el terrible monstruo” se movía y abría la boca, aunque fuera para decir “hola”.
Entonces, salían corriendo igual que los pequeños.
Los mayores no creían en monstruos, así que eran mucho mejor de tratar, y controlaban a sus renacuajos.
Esperaba que se tratasen de renacuajos pequeños. No quería lidiar con los medianos en su día libre no tan libre.
No entendía muy bien por qué los humanos la temían. Los tíos no eran particularmente guapos, ni las tías unas modelos. Había visto mejores especímenes que los humanos a lo largo de su vida. Suponía que, al ser de otra especie, tenía un concepto de belleza distinto.
A veces se preguntaba por cuánto tiempo tendría que estar ahí, y no en las profundidades del mar al que pertenecía. Odiaba la superficie terrestre, y consideraba una maldición poder sobrevivir en ella.
El sol era insoportable, y en esa abandonada casa daba un montón, pese a haber escogido la habitación más oscura.
#Origireto2018: Diciembre #2
—¿Dónde se supone que estoy?
Mi propia voz resuena en este espacio oscuro, vacío, sin un principio ni un final visible. Me levanto como puedo, pero mi cuerpo parece estar pegado a lo que, supongo, es el suelo. Intento estirar los brazos para ubicar las paredes (si las tiene) pero no encuentro nada.
Y es que no hay nada. Activo mi visión nocturna, porque no hay otra opción, pero así tan solo logro distinguir una luz. Una extraña luz que está al fondo, y que identifico con la solar. Sin más remedio, me dirijo hacia ella, y aunque intento hallar respuestas a mis preguntas en Google, la red no está disponible y no detecto ninguna señal WiFi cercana.
Si no puedo consultar las búsquedas en Google, tengo que basarme en mi base de datos, pero mi base no tiene ninguna explicación razonable. Los circuitos empiezan a calentarse y el motor va más rápido de lo que debería, y se parece a cuando los sistemas se apagan. Pregunto a la base si va a volver a colapsar el sistema motor, pero no hay una respuesta exacta al cien por ciento, tan solo una posibilidad del treinta y cuatro.
Mientras más me acerco a la luz, más se amplia. Eso significa que debe ser una especie de salida, aunque mis brazos van chocando con una textura parecida a la roca, por lo que supongo que estoy en una especie de cueva.
Mi base de datos tan solo ubican las cuevas más famosas por su antigüedad, pero sin red no puedo usar el sistema de navegación. Por tanto, mi única posibilidad es guiarme por aquella luz solar.
sábado, 22 de diciembre de 2018
#Origireto2018: Diciembre #1
Pinocho era un niño... no tan normal. Se podría decir que era un
niño, pero no era como los demás.
No tenía huesos, y tampoco tenía sangre. A cambio de venas y arterias, tenía cables y circuitos. En vez de corazón, poseía un motor y cambiaba la piel suave y blanda de cualquier niño de ocho años por el frío y grisáceo acero inoxidable.
Era un niño muy inteligente. Podía hacer las matemáticas más enrevesadas antes que la calculadora más rápida, podía citar cualquier autor de cualquier fecha y decir sus obras antes de que Google siquiera mostrase los primeros cinco resultados de su búsqueda.
Era muy inteligente, pero no era nada raro que lo fuera, puesto que todos los niños de su tipo también lo eran. Sin embargo, y como ha sido dicho antes, Pinocho no era como los demás.
Los demás aprendían a configurar sus programas para poder aprender todo lo demás que aún les faltaba, y poco les importaba lo que les dijeran los demás. Hacían oídos sordos, si es que siquiera su sistema alcanzaba a escucharlos, y seguían a lo suyo.
Pinocho no. De alguna incomprensible manera, su sistema de audio siempre daba prioridad a aquellos comentarios de esa gente que les veía como armas. Gente que les tenía miedo. Gente que decía que no eran humanos, que no eran normales, y que su creación supondría la destrucción de su especie.
Pinocho no estaba muy seguro de por qué, pero cuando escuchaba aquello, sus sistemas caían y no podía trabajar como el resto. Y le costaba mucho hacer que se vuelvan a encender y trabajar.
Como esto le pasaba tan a menudo, sus creadores empezaron a pensar que era defectuoso. Pinocho trataba de explicar que tan solo sucedía cuando escuchaba los comentarios de la gente, pero ni siquiera prestaron atención a lo que tenía que decir. Después de todo, Pinocho no era el único en el laboratorio. Tenía veintinueve compañeros que estaban en perfectas condiciones.
Por tanto, cuando Pinocho escuchó que iban a apagarle, hizo lo que a sus sistemas de seguridad se le ocurrieron: salir del laboratorio.
Pero era algo casi prohibido para los de su tipo.
No tenía huesos, y tampoco tenía sangre. A cambio de venas y arterias, tenía cables y circuitos. En vez de corazón, poseía un motor y cambiaba la piel suave y blanda de cualquier niño de ocho años por el frío y grisáceo acero inoxidable.
Era un niño muy inteligente. Podía hacer las matemáticas más enrevesadas antes que la calculadora más rápida, podía citar cualquier autor de cualquier fecha y decir sus obras antes de que Google siquiera mostrase los primeros cinco resultados de su búsqueda.
Era muy inteligente, pero no era nada raro que lo fuera, puesto que todos los niños de su tipo también lo eran. Sin embargo, y como ha sido dicho antes, Pinocho no era como los demás.
Los demás aprendían a configurar sus programas para poder aprender todo lo demás que aún les faltaba, y poco les importaba lo que les dijeran los demás. Hacían oídos sordos, si es que siquiera su sistema alcanzaba a escucharlos, y seguían a lo suyo.
Pinocho no. De alguna incomprensible manera, su sistema de audio siempre daba prioridad a aquellos comentarios de esa gente que les veía como armas. Gente que les tenía miedo. Gente que decía que no eran humanos, que no eran normales, y que su creación supondría la destrucción de su especie.
Pinocho no estaba muy seguro de por qué, pero cuando escuchaba aquello, sus sistemas caían y no podía trabajar como el resto. Y le costaba mucho hacer que se vuelvan a encender y trabajar.
Como esto le pasaba tan a menudo, sus creadores empezaron a pensar que era defectuoso. Pinocho trataba de explicar que tan solo sucedía cuando escuchaba los comentarios de la gente, pero ni siquiera prestaron atención a lo que tenía que decir. Después de todo, Pinocho no era el único en el laboratorio. Tenía veintinueve compañeros que estaban en perfectas condiciones.
Por tanto, cuando Pinocho escuchó que iban a apagarle, hizo lo que a sus sistemas de seguridad se le ocurrieron: salir del laboratorio.
Pero era algo casi prohibido para los de su tipo.
miércoles, 7 de noviembre de 2018
#FanficSecreto
Drake suspiró, dejando que el eco de las últimas notas desapareciese en el aire.
Hizo una mueca y tomó la partitura que había estado componiendo, haciendo una mueca y arrugando el papel en su mano, tirándolo al suelo junto a otros tantos fallos que estaban desperdigados por toda su habitación.
El acto de fin de curso sería pronto, y con él, la obra en la que tendría que actuar. Y si no se apresuraba a tener su partitura compuesta para entonces, no podría participar y quedaría en ridículo delante de todo el instituto.
Eso no le preocuparía tanto si no fuera porque sabía que ella iba a estar ahí, y no quería quedar mal delante suya.
Suficiente tenía con el hecho de que tendría que soportar que el pesado de Seaben fuera el bendito príncipe en la obra —y ella la princesa—, mientras él era tan solo un trovador.
Podía agradecerle ese hecho a su amor a la música, sobre todo a su laúd, porque sino sería algo así como un árbol #3 o el sol, aspirando a mucho.
Teniendo en cuenta que la «directora» de la obra era Fay, podía esperarse cualquier cosa. Esa mujer no parecía tenerle ningún afecto —a Seaben tampoco, hecho que hacía que le cayese un poquito mejor—, todo lo contrario a su prima.
Eirene era la persona más maravillosa de todos los mundos. Era guapa, valiente, alegre, divertida. Se le daba bien todo, pero le encantaban los caballos y el tiro con arco.
Y le encantaba, cómo no, Seaben.
Drake bufó al recordar al insoportable muchacho.
Seaben de Lothaire era el típico tío perfecto de las películas. Guapo, atlético, inteligente y, sobre todo, con pasta. Su madre era una mujer muy poderosa —una política, si no recordaba mal— y, por tanto, Seaben era malditamente rico, y se las daba de amable, dado que se ofreció a poner todo el atrezzo de la obra.
Tenía en la palma de su mano a todo el instituto, el público femenino le adoraba, y Eirene había caído en sus encantos de alguna manera que Drake aún no lograba comprender.
En comparación a él, Drake no era nada. No era físicamente atractivo, ni de lejos tenía el dinero que tenía Seaben —así que no podía quedar igual de bien que él en esa cuestión— y lo único que se le daba bien era tocar el laúd, un instrumento que no era tan atractivo como la guitarra eléctrica o la batería, por ejemplo.
Sin embargo, no podría decirse que le tuviera envidia a Seaben. Quizá al principio sí, un poco, como medio instituto, pero con el tiempo se dio cuenta que, en realidad, estaba muy bien con su vida tal y como era.
Seaben podría ser muy millonario y ganar todos los torneos de ajedrez que le diese la gana, pero Drake no sabía si soportaría llevar el peso que le cargaban sobre los hombros.
Como heredero de su familia, debía ser simplemente perfecto, brillante y ejemplar. Drake no estaba seguro si Seaben siquiera podía decidir sobre su futuro o si también eso lo hacía su madre.
De alguna manera, había acabado por tenerle hasta lástima.
Sin embargo, eso no lo quitaba que le siguiese cayendo terriblemente mal. Después de todo, Drake podía sentir que se creía en ventaja con relación a lo que respectaba a Eirene, como si la chica fuese alguno de sus trofeos de ajedrez.
Suspiró, decidiendo dejar de pensar en ello y volviendo su atención a su laúd, iniciando una nueva partitura.
—Venga, vamos a hacerlo —le dijo a su instrumento, acaricándolo con los dedos mientras cerraba los ojos.
Quizá no sería tan bueno y maravilloso como Seaben. Tal vez, nunca sería todo lo que él era.
Pero si algo tenía Drake que nunca podría tener Seaben, eso era su música.
★★★
El día de la obra llegó, y el escenario no podía ser más espectacular. En sí, parecía una obra profesional más que un acto de fin de curso de un instituto, y a Drake le entró el temor a fallar en su representación.
Sería un simple trovador, pero era uno de los protagonistas de la historia junto a Seaben y Eirene. Tenía que hacerlo perfectamente.
—¿Nervioso? —sonrió Eirene, asustándole al llegar por detrás.
—Algo —rio—. ¿Tú?
—Mucho —ambos rieron ante la broma, que no era tan broma al fin y al cabo—. Pero hemos ensayado un montón. Estoy segura de que nos saldrá genial.
—¿Tu prima al final actuará? —preguntó, y Eirene suspiró con una sonrisa.
—Sí, pero no tendrá un papel muy relevante hasta más de la mitad de la obra. Será la princesa que se niega a casarse con el príncipe y escapa.
—Yo también me negaría a casarme con Seaben —se burló.
—No es tan insoportable como parece —rio Eirene y Drake sonrió, aunque no le hacía demasiada gracia—. Tan solo... hay que entenderlo. Pero es buena persona.
—Ya, pues este trovador también es buena persona —dijo con una sonrisa, poniéndose el laúd a la espalda—. Aunque sea algo errante, tiene sus propios motivos para serlo, su Alteza.
Hizo una reverencia en burla, y la risa de Eirene resonó por todo el vestuario, avergonzando a la muchacha.
—Algún día, hasta los habitantes del firmamento conocerían su nombre —dijo la voz de Fay, que hacía las veces de narradora, y había acabado la introducción.
El telón cayó, y esa era la señal de Drake. Eirene le alzó un pulgar y le deseó suerte con un guiño de ojo.
Drake sonrió y respiró profundamente mientras salía al escenario, cruzándose con Seaben en el camino, que estaba rodeado de jóvenes como de costumbre.
Aún con alas, lentillas rojas y ropajes de la era medieval, Seaben no perdía su atractivo. De hecho, el traje de príncipe le sentaba que ni pintado, y parecería uno de esos cuadros de monarcas antiguos si no fuera por las alas.
Ambos se miraron por un instante, como si fuera un desafío no hablado. Drake sonrió y tomó su laúd, el más fiel compañero que jamás tendría, y apartando la mirada de los rojizos ojos de Seaben, salió a escena.
Las luces le alumbraron y el telón se abrió, dejando al descubierto el público que observaba atentamente sus movimientos.
Pero, extrañamente, Drake no tenía temor al público.
—Érase una vez una guerra cruel. Un conflicto que dejaba tras de sí ríos de sangre y familias destruidas por la necedad de los reyes. Una confrontación entre humanos y feéricos que parecía que nunca tendría fin.
Quizá no tenía miedo porque no era Drake «el estudiante», sino Drake «el trovador».
Y un buen trovador no temía a sus oyentes.
miércoles, 31 de octubre de 2018
#Origireto2018: Octubre #2
Cuando Jasmine volvió a Agrabah, no vio nada fuera de lo
común. El reino seguía igual que a cuando se había marchado, meses atrás. Se notaba
que Aladdin estaba haciendo un gran trabajo durante su ausencia, dado que habían
acordado que sería ella quien gobernaría pese a que se había casado con él.
Era
lógico teniendo en cuenta de que Aladdin no sabía absolutamente nada de eso, y
de hecho disfrutaba más de andar por las calles y con la gente que enclaustrado
dentro de un palacio, y Jasmine sostenía que sus derechos seguían siendo suyos
pese a su matrimonio, y nadie sabía mejor que ella lo que se tenía que hacer en
cuestiones de política.
Por tanto, Jasmine se había dedicado a enseñarle lo más básico
acerca de la política a Aladdin, quien había resultado sorprendentemente rápido
en cuestiones de aprendizaje. Además, teniendo en cuenta que él había vivido
toda su vida en las calles, sabía mucho más del reino que una princesa cuya
vida había sido dentro de unos muros de oro. Dado que ninguno quería que nadie
pasase las desgracias que Aladdin había tenido que contemplar día tras día
desde su niñez, decidieron implementar políticas de ayuda a los más
necesitados, para que no necesitasen robar para sobrevivir y pudieran tener una
vida decente y con posibilidad de ver un futuro más allá de la pobreza.
Vio que se había aplicado bastante bien, puesto que ya no veía
niños con rostros pálidos y hambrientos como los que solía ver en los desfiles
que de vez en cuando se hacían. Decidió dar un paseo por el reino, envuelta en ropas
que nada tenían que ver con las que se ponía en palacio y con Alfombra actuando
como capa. Sonreía a los comerciantes, los cuales hasta se le hacían raros de
ver después de haber visto diferentes tipos de mercaderes durante su travesía.
Compró con el dinero que tenía unas manzanas, que estaba
segura que encantarían a Abu, y emprendió el camino al palacio, algo lento al
detenerse entre los diferentes puestos de los comerciantes. Para cuando llegó
al castillo, debió estar tan cambiada que los guardias de la puerta ni siquiera
le permitió el paso.
—¿Puede identificarse? —preguntó una de los dos.
—Soy la prin… Sultana, Jasmine —dijo, y Alfombra se apartó
para que la reconociesen.
—Claro, y yo soy emperador —rio el otro guardia—. Si no
tiene ningún certificado que pueda justificar su entrada, no puede entrar.
—Les estoy diciendo que no necesito nada de eso porque aquí
es donde he crecido. Incluso tengo a Alfombra a mi lado —suspiró, sin saber muy
bien cómo haría para abrirse camino.
—Entonces no le importará respondernos algunas preguntas —dijo
la mujer, y Jasmine se cruzó de brazos y sonrió.
—Por supuesto, todas las que quieran.
—Muy bien —habló el otro guardia—. ¿Hace cuánto partió la sultana?
—Tres meses y cinco días. Podría contar las horas, pero tendría
que ponerme a pensar.
Los guardas se miraron entre sí.
—¿Cómo se llama la mascota del sultán? —preguntó la guardia.
—¿Se refiere a Abu? Aquí traigo unas manzanas para él, le
encantarán. —Dijo, y alzó la bolsa con las manzanas que traía—. Pero Aladdin
prefiere que se refieran a Abu como su compañero.
—¿Cuál es la canción favorita de la sultana? —volvió a
preguntar.
—No tengo ninguna en específico, me encantan todas, pero si
tuviese que decidir, sería Luz de luna.
—¿Y su comida preferida? —preguntó el otro.
—La pregunta sería difícil para Aladdin, no para mí —rio—.
Sin duda, el Fatta.
Los guardias parecieron convencidos con sus respuestas, pero
por asegurarse, la hicieron esperar en la puerta mientras iban por Aladdin y su
padre. Para cuando ambos la vieron y corrieron hacia ella, no les cupo duda de
que en verdad era quien decía ser.
—Lo lamentamos, su majestad —se disculpó la mujer, haciendo
una reverencia. Su compañero la imitó—. No la hemos reconocido.
Jasmine rio y agitó una mano en señal de despreocupación.
—Es natural, teniendo en cuenta que me he cortado el pelo —sonrió—.
Me alegra, sin embargo, tener guardias tan buenos en mis puertas.
Ambos sonrieron ante sus palabras, y entonces tuvo que atender
a las preguntas de los dos hombres que tanto parecían haber esperado ese momento.
Jasmine pensó que Genio tendría que intervenir si no le soltaban para que
pudiese respirar.
—Papá… Aladdin… Podéis soltarme, no me voy a desvanecer…
Los dos rieron y se separaron de ella. Entonces, empezaron a
acribillarla a preguntas que Jasmine tuvo que detener con un grito porque se
sobreponían y no entendía nada.
—Si me las decís una por una, mejor, ¿sabéis? —puso las
manos en las caderas.
—¿Cómo te ha ido? ¿Estás bien? ¿Has logrado ver el mar? —preguntó
su padre, y ella sonrió.
—Me ha ido genial, estoy fenomenal y el mar… ¡Es tan bonito!
—se emocionó—. Ya entiendo por qué mamá quería con tantas ganas ir. Le hubiera
encantado.
—Tienes que contarme todos los detalles —añadió Aladdin—.
¿Hay mucha gente diferente? ¿Cómo es la comida? ¿Hace más frío o más calor que
en Agrabah?
—Te sorprendería la diferencia entre la gente —rio—. Genio
te lo podría mostrar mejor que yo. ¡La comida estaba muy buena! Pero no podía
traer nada más que unas frutas que pudiesen resistir el viaje —señaló su bolsa—.
Y aquí he comprado unas cuantas manzanas para Abu —el mono se acercó a ella en
cuanto escuchó su nombre—. ¡Y hace frío! Aunque tenía a Alfombra para taparme.
La aludida hizo un movimiento de afirmación, y todos rieron.
El júbilo de la vuelta de la sultana se podía ver en todo palacio, e incluso en
todo el reino, puesto que Jasmine era una monarca muy apreciada por su pueblo,
como ella pensaba que debiera de ser. Porque, si el pueblo estaba feliz, todo
sería más fácil.
De camino al interior del palacio, ya en el marco que
separaba el exterior del interior, miró al cielo una última vez con una sonrisa
cálida como el sol que cubría su reino.
No había nada mejor que estar de vuelta a casa.
Gentecilla!!
AVALAAAAAAANCHAA
Este sería el de Octubre 2! Se correspondería con el de "haz un interogatorio de 10 preguntas al personaje que quieras" y bueno, está con relacionado con el primero!
#Origireto2018: Octubre #1
Aladdin, el joven diamante en bruto, logró vencer al temible
y avaricioso Jafar gracias a la ayuda del Genio de la lámpara, al cual liberó
de su milenaria prisión usando su último deseo, y vivió feliz para siempre
junto a la hija del sultán en su hermoso castillo.
Lástima que esto no fuese del todo cierto.
Jasmine no era una mujer fácil, y mucho menos sumisa. Y no
se resignaría a quedarse en el reino de Agrabah como sultana, como todos
pretendían que hiciese. Ella decidía su propio destino, y si bien quería a
Aladdin, su sueño nunca fue casarse y estar encerrada en un castillo que
conocía mejor que la palma de su mano. Ella ansiaba salir, explorar mundo,
descubrir nuevas tierras, descubrirse a sí misma.
Lo que menos deseaba era pasar de tener que obedecer a su
padre a tener que hacer caso a su marido.
Por eso, cogió una bolsa y metió lo imprescindible en ella,
pese a las advertencias de peligro que le daba su esposo. Parecía no querer
asumir que ella también podía ser la protagonista de su propia historia, que
podía ser lo que quisiera ser y no necesitaba ayuda ni protección de nadie.
—Jasmine, no te puedes ir así porque sí —suspiraba Aladdin—.
Al menos, deja que Genio te acompañe.
—¡Yo puedo ser de gran ayuda, princesa!
Jasmine suspiró por enésima vez mientras metía una
cantimplora de agua en su bolsa.
—No quiero la ayuda de nadie, Aladdin. Y voy a estar bien,
no voy a desaparecer por siempre —rio—. El mundo es muy grande, hay muchas
cosas que puede ofrecernos, y lo que quiero es eso. Ver el mundo, yo sola. Si
te quedas más tranquilo, puedo llevarme a Alfombra.
La alfombra mágica se acercó a ella con alegría, y la
princesa acarició la tela morada con cariño.
—¿Estás segura de esto? —preguntó finalmente Aladdin, y
Jasmine le sonrió mientras le acariciaba la mejilla.
—Puedo hacerlo. ¿Confías en mí?
Ambos compartieron una sonrisa cómplice y Aladdin finalmente
se rindió ante la determinación de su esposa.
—De acuerdo. Tú ganas, Jasmine —suspiró mientras la
estrechaba entre sus brazos—. Solo ten cuidado, ¿vale? El mundo es muy grande,
pero también muy peligroso y cruel.
Jasmine sabía que hablaba desde la experiencia, porque el
mundo no había sido precisamente bueno con Aladdin durante la mayor parte de su
vida. Jasmine era consciente también de que la preocupación de su esposo estaba
fundada en su experiencia, pero eso no iba a detenerla de cumplir su sueño.
Su madre murió sin haber cumplido sus deseos, pero Jasmine
no asumiría el mismo destino. No sabía lo que se iba a encontrar fuera, y
pudiera ser que se arrepintiese en algún momento dado de haber emprendido ese
viaje y no haberse quedado en terreno seguro, en su hogar.
Pero la vida era aprender de errores, ¿y qué clase de vida
llevaría si nunca había arriesgado por lo que en verdad deseaba?
Echó un último vistazo a su castillo y a su gente antes de
encarar las dunas del desierto y el calor del inmisericorde sol. Alfombra
parecía estar tan animada y temerosa como ella, y se alegraba de contar con su
compañía en ese viaje.
—Estaremos bien, Alfombra.
Con esas palabras, Alfombra emprendió el vuelo hacia el
interior del desierto.
···
Si Jasmine pensó alguna vez en arrepentirse de su viaje, definitivamente se arrepentía de sus arrepentimientos.
El mundo era grande, hermoso, fantástico. Nunca antes había
pasado una noche durmiendo bajo las estrellas, sintiendo el frío clavándose en
su piel o su cabello reseco por el sol. Nunca antes se había sumergido en el
lago de un oasis y nadado sin temor a lo que pudiera decir la gente, o lo que
pudiera aparentar.
Nunca había visto más que desierto, dunas y extensión llena
de arena. Incluso desde lo alto de su castillo, tan solo lograba ver arena y
más arena. Cosas como el mar, las montañas y selvas existían tan solo en los
cuentos fantásticos que su madre le contaba cuando era pequeña para que
durmiese.
La nieve era fría, se escurría entre sus manos, y era blanca
como el algodón. Era moldeable como la arcilla, y se convertía en agua ante el
calor o en hielo ante el frío más extremo. El hielo era resbaladizo y estaba,
valga la redundancia, helado.
Las rocas de las montañas eran grises, negruzcas, y no
tenían arena en ellas. El desierto quedaba atrás y daba paso a árboles y
grandes edificaciones de piedra en cuya cima había helada nieve. La tierra se
volvía de color marrón, y los árboles tenían mucha más altura que los de los
oasis. Mientras más se iba adentrando, las lianas y las enredaderas empezaban
rodear los árboles, y animales como los conejos, los monos o las ardillas
empezaban a aparecer tímidamente. Jasmine pudo ver con sus propios ojos un
ciervo, con su cornadura y su porte tan elegante.
Pudo ver flamencos y cisnes en los lagos, gaviotas
sobrevolando su cabeza. Y entonces, cuando Alfombra y ella se adentraron tanto
que pasaron el bosque y las montañas, pudieron verlo: el océano se alzaba
magnífico ante sus ojos, con las olas chocando suavemente contra la arena
blanquecina de la orilla. Su espuma blanca se mezclaba con la arena antes de
desaparecer, y a Jasmine le inundó un sentimiento de tranquilidad y felicidad
que hizo que las lágrimas brotasen de sus ojos.
Sacó de su bolsa un pequeño bote de cerámica y, mientras sus
pies se mojaban con el agua salada del mar, miró al cielo azul y sonrió. Abrió
el bote y lo puso bocabajo, el viento llevándose consigo las cenizas que caían,
adentrándolas en el más profundo océano.
—Ya eres libre, madre —dijo al cielo, acompañada solo por el
sonido del romper de las olas—. Por fin has podido cumplir tu sueño.
El viento movió su cabello negro con suavidad, como si fuera
una caricia, y Jasmine se secó las lágrimas para sustituirlas con una gran
sonrisa.
Después de tanto tiempo, su madre por fin podía descansar en
paz.
Hey, gentecilla!!
AVALANCHA DE RELATOS DE ÚLTIMA HORAAAAAAAAAAAAA
Dejo el relato de octubre #1 que sería "continua con un cuento conocido en vez de aceptar el final" y pues aquí está!!
Sería el de Aladdin (peli disney que todo Dios santo conoce) y cuyo final no acabó de convencerme porque lo que Jasmine quería era libertad y aventura, no casarse xddd
En fin, esta es mi versión de la historia :3
Suscribirse a:
Entradas (Atom)