Año 1960.
California, Estados Unidos.
Takahashi. Akira Takahashi.
Adam nunca olvidaría ese nombre. El de la persona que le salvó de lo que se recuerda ahora en Estados Unidos como «The Japanese Revenge», que dio una vuelta completa a lo que era la Segunda Guerra Mundial.
Adam lo estudió, y esa parte de la Historia era la que mejor se sabía. Más que nada, porque él había presenciado la revuelta, cuando nadie se lo esperaba, en mitad de la noche. Tomaron el buque con todo lo que conllevaba, mataron a todos los tripulantes americanos y los arrojaron al mar.
A todos, menos a uno.
A Adam Wright, el hijo de seis años del almirante Wright que iba a bordo.
Pero eso nadie lo sabía. Todos pensaban que la familia Wright murió esa noche y las olas del mar derivaron sus cuerpos a sus profundidades.
Adam nunca tendría palabras suficientes para agradecerle a aquel soldado el que le hubiese perdonado la vida. No tenía por qué hacerlo, era un americano, hijo de un marine que había arrebatado muchas vidas, que había matado a su gente.
Aún así, Takahashi Akira le había permitido vivir. Adam sabía que debería guardarle rencor por arrebatarle a su familia, pero simplemente no le nacía. Solo sentía agradecimiento.
Quince años habían pasado desde ese incidente, y como bien había sido dicho, las tornas giraron drásticamente. Lo que se saboreaba como una victoria de los Aliados, acabó por ser la gran derrota estadounidense. Una cucharada de su propia medicina.
Se decía que la bomba atómica, creada por científicos americanos, sería el fin de la guerra para Japón. Pero los japoneses fueron más inteligentes, y se infiltraron con el propósito de destrozar la bomba atómica.
Lograron retrasar su funcionamiento, dando tiempo a que el barco lleno de soldados japoneses disfrazados de prisioneros de guerra llegase y orquestase la gran matanza del puerto de Long Beach, en California.
En esa matanza participó Takahashi Akira. Su nombre aparecía repetido varias veces en los libros. Lo más misterioso de ese hombre era que no parecía tener pasado más allá de la milicia.
Su nombre solo aparecía coincidente con un soldado del mismo nombre que murió en la Gran Guerra, pero nada más. Era como si veintidós años de su vida no hubiesen existido.
Adam, ya con veintiún años, sabía que era posible. Nadie le reconocía como el hijo del almirante Wright, sino como un niño que salió de la nada en medio del caos, y recogieron para enviarlo a un orfanato.
Adam se acomodó el yukata que hacía juego con su color de ojos, y se miró en el espejo. Tras la colonización japonesa, Estados Unidos había tratado de independizarse muchas veces, sin demasiado éxito.
Aunque quizá era porque no era una revuelta seria como lo fue contratado Gran Bretaña. Nadie se atrevía a llevar la contra a Japón, pues ya se vio lo que pasó con la bomba atómica en Washington y la siguiente en Los Ángeles.
Los japoneses les atacaron con su propia arma, y eso puso fin a la guerra, sí, pero con la rendición americana en vez de la japonesa.
Todos se preguntaron un largo tiempo cómo era posible que Japón, un país en el que seguían usando katanas antes que pistolas, pudiese haberles atacado con una bomba atómica cuando no sabían prepararla.
La respuesta fue, de nuevo, Takahashi.
Él se infiltró y robó los planos y materiales suficientes para armarla. Sin embargo, tras las dos explosiones, declaró su destrucción.
«Los japoneses no luchamos así. Y si lo hice, fue porque seguía órdenes de mis superiores».
Eso declaró a la prensa, que no tardaría en salir en todos los periódicos y canales.
Sus ojos demostraban una gran rabia pese a haber ganado la guerra. Sus puños se apretaban con fuerza mientras declaraba, pese a haber sido condecorado con medallas y ascensos.
Eso sucedió cuando Adam tuvo siete años.
En esos catorce años, muchas cosas habían cambiado. Con tecnología estadounidense y conocimiento japonés, la industria tecnológica había fomentado de manera impresionante, siendo Tokyo el principal núcleo de esta y quitando a Kyoto como capital del país.
Cosas tan inimaginables como teléfonos que no necesariamente tengan un cable, o que la televisión fuera a color, eran ya reales.
Todo gracias a la unión de los dos países y los pros que cada uno. Estados Unidos había adquirido costumbres japonesas debido a la superioridad de Japón por ser el bando ganador, pero el país del sol naciente había conseguido grandísimos avances en cuestión de años que, de ser de otra manera, le habría costado muchísimo más.
La segunda revolución industrial era la tecnológica, y definitivamente Gran Bretaña se había quedado demasiado atrás en esa cuestión. Pobres ingleses, revolucionarios que ya solo quedarían en la Historia.
Salió de la habitación y atravesó pasillos laberínticos hasta dar con la puerta que buscaba. Tocó suavemente, recibiendo el permiso que esperaba, y la deslizó. Unos ojos le miraron.
Los ojos oscuros de Takahashi Akira, para quien trabajaba.
—Hola, Adam.
Adam se inclinó, con una reverencia, hasta que Takahashi le dijo que era suficiente.
—Sabes que no tienes por qué hacerlo, Adam.
Adam se enderezó y le miró. Suspiró al darse cuenta de las preocupaciones que rondaban a Akira.
—Teniente del ejército, ejerciendo la presidencia de prácticamente dos países, y no eres capaz de contarle al mundo la verdad.
Akira rió amargamente, ajustándose el yukata para que le quedase más suelto.
—Piensa, Adam. A los hombres os gusta que sean otros hombres los que os guíen. ¿Crees que estaríamos creando la primera inteligencia artificial si se supiera que soy una mujer? —suspiró—. Si tú lo sabes, es porque confío en ti. Pero no puede saberlo nadie más, o será un caos que no pienso soportar.
—Pero serías una gran señal de que las mujeres no sois menos que los hombres —señaló la televisión, que tenía puesta una revuelta de mujeres que aclamaban algo como «feminismo».
—Lo sé. Y lo siento por mis compañeras —suspiró de nuevo, mirando la pantalla—. Pero en una democracia donde solo gobiernan hombres, no hay mucho que yo pueda decidir sobre los derechos de las mujeres.
Se puso al lado de Adam, con una mano sobre su hombro, con una sonrisa que auguraba problemas.
—Pero convertiré esta democracia en una de verdad.
Holasa~
Holasa~
Estoy de Japan! So que mejor que un relatillo a finales de septiembre para celebrarlo. Y con temática japonesa :3
Este se correspondería con el número 1! Elige un momento histórico y cuenta cómo sería si hubiera sucedido de otra manera.
Ok. Pues eso. He cogido la II Guerra Mundial y la he puesto como si hubieran ganado los japoneses, enlazando con el relato anterior.