viernes, 31 de mayo de 2019

#Origireto2019: Mayo #2

Fantasma 

La niña terminó de ver su programa habitual de Magical Origidivas y, satisfecha con el resultado del capítulo en el que Katty y Stiby acababan con el villano y en cuanto apareció un anuncio con el Titanic en él, se levantó.

El suelo crujió. La niña se dirigió alegremente a la puerta de entrada, donde habían un par de niños de pie.

—¡Hola! ¿Queréis ver la tele?

Los niños gritaron:

—¡Un fantasma!

Salieron corriendo, y la niña miró sus blancas y casi transparentes manos. Luego, se encogió de hombros y suspiró.

Chicos. Ellos se lo perdían.

Microrrelato enlazado al de Katty y Stiby.
Reto número 04: relato en una casa encantada.
Objeto número 27: Titanic

#Origireto2019: Mayo #1

Ópalo

Ese ópalo era un ópalo azul, pero no uno cualquiera. Según con qué luz se mirara, los tonos iban cambiando gradualmente. Podía ser el azul más brillante o el más oscuro, como si fuese alternando según el humor de su dueño. Algunos afirmaban que así era.

Daniel siempre lo llevaba colgando encima del pecho, reluciente sobre su habitual camisa blanca. Sin embargo, cuando sus amigos le preguntaban acerca de dónde lo había obtenido, siempre les retaba a adivinarlo. Nunca lo hacían, aunque tampoco tenían manera de saber si habían acertado, y pronto el tema se acababa cambiando.

Porque Daniel era bueno a la hora de cambiar de tema cuando no quería hablar de algo. Tiraba los hilos para, sutilmente, hacer que la conversación se desviase hacia la dirección que él deseaba. Cuando lo hacía, inconscientemente se inclinaba ligeramente hacia delante, haciendo que el ópalo se hiciese un ligero movimiento pendular y cambiase el azul a uno más oscuro.

Aunque era difícil saber qué sentía Daniel en cada momento —en cualquier situación siempre tenía una sonrisa que ofrecer y nadie sabría decir si fingía o si estaba siendo sincero—, si uno se fijaba bien, se podía apreciar que, cada vez que se ponía nervioso, jugueteaba con el ópalo entre los dedos de su mano derecha, la cual siempre llevaba vendada hasta el codo por alguna razón que, como siempre, era desconocida para el resto del mundo. Si se miraba detenidamente, cuando se asustaba, encerraba la joya en su mano en un acto reflejo o la apretaba contra su pecho.

Cuando Daniel pensaba, su mano izquierda iba a su barbilla, y la sombra se reflejaba en el ópalo, que se oscurecía y pasaba de un azul celeste a uno de color más grisáceo. Cuando estaba especialmente alegre, el ópalo se movía ligeramente de derecha a izquierda, el tono de la joya volviéndose azul celeste, casi comparándose al cielo.

Cuando estaba triste o melancólico, normalmente lo dejaba salir de noche, en la soledad de su habitación. No le gustaba que nadie viese su estado de ánimo, menos ese, en el que se sentía más vulnerable, y entonces el tono cambiaba a un azul marino, seguramente por la falta de luz en la que siempre se encontraba cuando la tristeza le asaltaba.

Antiguamente, allá por el siglo XIX, se decía que el ópalo era una joya maldita. Que, si se le echaba agua bendita encima, se desintegraba y causaría la muerte de su portador. Daniel se preguntaba si sería verdad o, simplemente, era una de las tantas paranoias que sus amigos se sacaban de la manga para burlarse de él y su aparente obsesión por ese objeto.

Aunque tal vez tuviesen razón y fuese una joya maldita. De manera irónica, el mismo ópalo que siempre llevaba era la razón de su pesar. Esa joya que no se despegaba nunca de su cuerpo contenía todos sus recuerdos desde que la poseía, incluida la persona que se lo había obsequiado en uno de sus cumpleaños, y cada vez que la miraba se acordaba de él.

Todas las noches se preguntaba si no sería mejor encerrarla en un cajón, o echarle ese agua bendita para ver si tanto él como la joya se desintegraban. Quizá así acabaría con el pasado y el dolor. Pero en cuanto se desabrochaba la cadena de plata y el ópalo reposaba en la palma de su mano, esos mismos recuerdos encerrados en tonos de azul le impedían deshacerse de él.

Todas las noches, aquellos azules le recordaban a unos ojos del mismo color, los mismos que nunca volvería a ver. Era entonces cuando la nostalgia atacaba, y le parecía ver en aquella joya las emociones que siempre reflejaban esos ojos que tanto quiso y que, pese a los años de mentirse a sí mismo, seguía queriendo.

Le seguía queriendo, pero ya no lo podía tener a su lado. Había perdido ese derecho hacía mucho, demasiado tiempo. Tanto, que se odiaba a sí mismo por seguir extrañando algo que jamás regresaría, por mucho que lo pidiese a las estrellas fugaces o a un Dios cuya existencia dudaba. Era como aferrarse al aire mientras se caía al vacío, un esperanza vana en la desesperación.

Cuando el dolor por los recuerdos se hacía insoportable, encerraba el ópalo en su mano y la alzaba en aire con fiereza, con el latido de su corazón aumentando radicalmente, como si pretendiese estrellarlo contra el suelo y romper en mil pedazos todo lo que contenía en su interior, todo lo que significaba para él. Pretendía porque, al final, siempre acababa bajando el puño y abriendo sus dedos, con la joya intacta en su palma.

Con la luna como la única iluminación, el ópalo parecía adquirir un brillo especial que se burlaba de él, como si le recordase que era muy débil para deshacerse de todo, que era un cobarde que no podía dejar ir el pasado y que no era tan feliz como quería hacer creer al resto del mundo y a sí mismo. Como si de verdad estuviese maldito, y hubiese un espíritu maligno encerrado en él que deseaba verle sufrir día tras día, y que se reía de él cuando bebía ron, botella tras botella, en un intento de olvidar.

Y aunque se llenaba de rabia porque sabía que todo eso era verdad, y que no era el ópalo el que se lo susurraba, como todas las noches volvía a abrochar la cadena de plata a su cuello, y la joya volvía a descansar sobre su pecho, cerca de su corazón.

Y como todas las noches, volvía a acostarse en el lado izquierdo de su cama, como si el derecho estuviese reservado a alguien que, bien sabía, nunca llegaría, y el ópalo se movería hacia el colchón, hacia ese mismo lado derecho, como si ocupase el lugar de un cuerpo de cabellos rojos y mirada celeste que solo en los sueños de Daniel volvía a aparecer.

Y cuando Daniel caía dormido, entre sueños agarraba el ópalo entre sus dedos y se aferraba a él como un náufrago se aferraba a su tabla de madera en plena tormenta. Con esperanza, como si todo fuera un videojuego en el que él podía llegar a controlar la partida.

Se mentía. Como siempre.

Hola! Llego con el reto 19: Básate en una noticia real para escribir un relato. La noticia es:

Curiosamente, hubo una época en que se le consideraba "maldita", ya que en el siglo XIX, el escritor escocés sir Walter Scott escribió en su novela Ana de Geierstein una terrible superstición sobre el ópalo. La mujer llevaba consigo un broche con un ópalo que cambiaba de tono según su ánimo y el cual, al caerle agua bendita, se desintegró y causó la muerte de su dueña.

Y el link: https://www.univision.com/horoscopos/opalo-de-piedra-maldita-a-magica-y-poderosa-fotos

Objetos: número 19: un videojuego y número 28: una botella de ron