Oikawa Tooru odiaba perder.
Iwaizumi lo sabía. Desde pequeños, Tooru había sido el peor perdedor que Hajime había conocido.
Mucho antes de que aprendiera lo que era el voleibol, ambos ya jugaban juntos a lo que fuera. Al fútbol, a las cartas, a las carreras... Y en todo lo relativo al deporte, Hajime solía destacar. Siempre había tenido una habilidad deportiva que, quizá, suplía a la académica.
Y eso hacía que Tooru se enfadase mucho, y ya no quisiera jugar. Siempre prometía, cada vez que su mejor amigo le ganaba, que no volvería a jugar con él nunca más y se iba muy enfadado.
Al día siguiente volvía, y le decía que jugasen juntos de nuevo al mismo juego que había perdido el día anterior. Algo hacía Tooru en ese tramo, que milagrosamente mejoraba. Aunque no lo suficiente como para batir a Hajime, pero este ralentizaba el paso para que pudiese llevarle ventaja y le ganase.
A sus cinco años, Hajime había aprendido que, si no quería hacer llorar a su amigo, era mejor dejar que ganase algunas veces. Pero sin que este se diese cuenta. Porque una vez lo notó, y se enfadó aún más que cuando perdía.
Dejó de hablarle.
El pequeño Hajime empezó a preocuparse cuando no le habló al día siguiente. Y cuando el posterior tampoco lo hizo, empezó a pensar que en verdad ya no quería ser su amigo.
En realidad, Hajime no había sido quien quería hacerse amigo del excéntrico Tooru. Y Tooru tampoco es que lo hubiese escogido. Simplemente, el otro siempre había estado ahí, y era Tooru el que se esforzaba para que Hajime estuviera a su lado usando cualquier excusa, por absurda que fuera.
Por tanto, Hajime nunca se vio en la obligación de buscar a Tooru. Él venía, sin que nadie le llamase, y se aferraba a su brazo. Ese día, Hajime fue quien, por primera vez, tuvo que ir a por él.
Le resultó difícil. Porque no estaba acostumbrado a que aquel niño le ignorase tan deliberadamente, y porque pensaba que Tooru había sido injusto al enfadarse tanto por algo que no tenía mayor intención que la de ayudar.
Pero lo hizo.
Al segundo día que Tooru no quiso saber nada de él, Hajime se acercó, le arrastró del brazo y se disculpó. El niño le había mirado sorprendido, como si se hubiese olvidado de por qué no le hablaba, pero entonces le abrazó y también se disculpó con él.
Esa fue la primera vez que Hajime le había buscado. Otra así se repetiría en la secundaria, pero Tooru ya no estaba enfadado con él, sino con el mundo y, en específico, con Ushijima Wakatoshi.
Iwaizumi comprendía que, conociendo como era Oikawa —en aquel año, ya no eran Hajime y Tooru, sino Iwaizumi y Oikawa—, estuviera tan enfadado. Desde pequeños había sido así, y no tenían la madurez de asumir una derrota tan aplastante como había sido la paliza que les había dado Shiratorizawa.
Iwaizumi siempre recordaría esa primera vez de la amarga derrota. Les cayó como un balde de agua fría. Hasta el momento, habían ido perdiendo pocas veces, contra las escuelas de su zona. Habían llegado a clasificar a la eliminatoria y pasado por verdaderos aprietos pero habían salido del paso.
Esa derrota en el último partido de la eliminatoria fue aplastante. Oikawa no consiguió meter un solo saque —aún no podía hacer los saques con salto— y era el mejor servidor del equipo. Se desmoronó en ese momento, y su posición de colocador titular, en primer año, se vio gravemente afectada.
Iwaizumi había estado en el campo también a pesar de su primer año porque, todo dicho, siempre se le dieron bien los deportes. Además era un refuerzo anímico para el prodigio de colocador de primero por su amistad. Había intentado meterle en la cabeza que si fallaba un saque no pasaba nada, pero que tenía que hacer lo que mejor hacía, que era colocar.
Falló todas las fintas que hizo. Las colocaciones eran muy complicadas de rematar, y por tanto perdieron por mucho, pese a que le acabaron sacando del partido y poniendo a uno de tercero.
Nunca sintió la derrota como en ese momento. No por la eliminatoria, a Iwaizumi no le importaba tanto eso como el estado anímico de Oikawa. Estaba destrozado al darse cuenta de que, esa vez, ya no era solo que Iwaizumi ganase las carreras y que tratase de ayudarle.
En ese momento, vio que nadie del otro equipo iba a reducir la velocidad. Sus berrinches no servirían de nada, y pese a lo bueno que era, habría otro mejor esperándole.
Iwaizumi tampoco tenía la suficiente madurez para animarle. No sabía cómo. Ese verano de primer año, Oikawa se encerró en sí mismo y en su casa, sin querer saber nada de nadie. Ni siquiera de su mejor amigo.
Su madre estuvo muy preocupada. Su hermana volvió de Tokyo para verle. Sin embargo, nada resultó. No quiso celebrar ni su cumpleaños.
Un día de agosto, Iwaizumi, cansado de las preocupaciones que Oikawa provocaba a su familia —de las que se enteraba por la amistad entre sus madres—, subió por el árbol que daba a la ventana de su amigo y se coló dentro.
Lo vio en su cama, acostado, con el plato de comida sin tocar en el escritorio. Se giró ante su presencia y lo miró con unos vacíos ojos, más rojos que marrones, y se volvió de nuevo a mirar la pared.
Nunca olvidaría esos ojos tan tristes.
Iwaizumi se enfadó y, con uno de los balones de voleibol que estaba cogiendo polvo en la esquina, le golpeó en la cabeza.
Oikawa se quejó. Levantó enfadado la cabeza y le reclamó. Pero estaba ahí. Oikawa le reclamaba, se quejaba, le llamaba «Iwa-chan» en vez de Iwaizumi porque siempre había sido así, dado a llevar la contraria. Volvió a parecer él, y no solo un chico deprimido.
A partir de entonces empezó a practicar. Mucho. Iwaizumi observaba preocupado por su salud de nuevo, pero no decía nada, porque Oikawa parecía feliz y estaba satisfecho de ver sus mejoras.
Ese segundo año, perdieron. Pero no tan aplastantemente. Hicieron frente a Shiratorizawa y a Ushijima con valentía, y por eso no se derrumbó como en primero.
Sin embargo, en tercero su salud se vio gravemente empeorada por la aparición de un nuevo niño prodigio en el equipo.
Iwaizumi lo sentía, podía ver su miedo, su temor a ser reemplazado. Él mismo había podido sustituir a uno de tercero cuando estaba en primero.
Iwaizumi vio a su amigo de nuevo sumergirse en una espiral de dolor y entrenamiento. No disfrutaba los partidos.
No sonreía. Solo se centraba mantener su puesto y mejorar lo inmejorable. Se mantuvo pasivo, consciente de que Oikawa no saldría de ahí hasta que las manos le ardiesen y mantuviese su posición como titular.
Sin embargo, la pelea que tuvo con el chico de primero fue lo último que necesitó para interponerse. Para hacerle ver que no podía ser tan imbécil. Que no estaba solo, que tenía su equipo y, sobre todo, le tenía a él.
Fue la primera vez en todo aquel año que Oikawa Tooru sonreía con esa arrogancia que le caracterizaba. Aunque perdieron contra Shiratorizawa otra vez, lo llevó mucho mejor.
En preparatoria, se fue calmando. Se reafirmó como el mejor colocador de secundaria, y eso subió mucho su ánimo. Seguía siendo ese niño mal perdedor de siempre, pero sonreía ante lo inevitable. Su rivalidad con Ushijima aumentaba, e Iwaizumi también le apoyó, al ver la insistencia del otro de llevarse a Oikawa a su equipo.
Oikawa nunca iría a Shiratorizawa, antes muerto, pero Iwaizumi temía que se le metiese la idea por alguna razón y se fuese de su lado. Aunque nunca se lo diría a su mejor amigo.
En el tercer año de preparatoria, la sombra del niño prodigio que trató de quitarle su puesto apareció nuevamente. Como rival. Era inevitable, se decía Iwaizumi, que algún día se enfrentasen.
Y aunque Oikawa se burlaba y se reía, la verdad era que tenía miedo. Miedo de perder. Porque siempre había sido mal perdedor, pero él había instruido indirectamente a Kageyama Tobio en la secundaria. Era casi como su alumno, aunque lo negase siempre.
Hubo un partido ganado. Iwaizumi estaba seguro que no le dolió tanto la posterior pérdida contra Shiratorizawa por eso, porque ganaron contra Kageyama.
Sin embargo, cuando perdieron contra él y su equipo en la segunda eliminatoria, Iwaizumi se sorprendió ante su entereza. En realidad, fue el mismo Iwaizumi quien no se podía ni creer que hubiesen perdido por su culpa. Por un solo remate. Había perdido la ocasión perfecta. Él. El as del equipo.
No había tenido la solemnidad de Oikawa.
Aún siempre siendo el más maduro de los dos, se había derrumbado y Oikawa había sido quien lo había animado. Quien le había dado una palmada en la espalda y había seguido adelante, en un gesto de «estoy contigo».
Luego claro que se había derrumbado.
Delante de los de tercero que no volverían a ver, porque la universidad les esperaba con los brazos abiertos. Delante suya, aunque ya no con lágrimas en los ojos, durante el camino a casa.
Le había dicho que no se separarían. Que pese a la distancia, estarían juntos. Pero ni él se lo creía.
No sería lo mismo. No vería esa sonrisa arrogante, su voz desaparecería de su rutina, no volvería a rematar todos los días sus colocaciones.
Oikawa continuaría su vida sin él, y quizá se encontrarían años después, quizá con veinticinco, en un ascensor de oficina y ni siquiera se reconocerían.
Y todos los sentimientos que sentía por ese niño mal perdedor, que había pasado a convertirse en un joven arrogante, determinado, pero con buen corazón, se evaporarían de la misma manera manera en la que habían llegado.
Y nada sería igual. Porque Iwaizumi pasaría a ser un mero espectador, sin poder entrometerse, como aquella vez que Oikawa encontró su primer amor y se decepcionó al enterarse que esa chica era asexual. Como aquella en la que iba tras un muchacho que definitivamente no le haría ningún caso porque ya tenía pareja.
Pasaría a sentir otra vez la frustración de no poder coger y decirle lo que sentía cuando le veía fijarse en todos menos en quien había tenido al maldito lado toda su vida.
Sentiría de nuevo que se adelantaba tanto que se alejaba de su alcance. Y que por mucho que estirase la mano, no podía ni llegar a rozarle.
Y sin embargo, sería tan egoísta pedirle que se quedase a su lado... Tanto, que en cuanto llegaron a su casa y se despidió, no habló.
Hizo el intento, pero se retractó.
Era demasiado egoísta pedirle que no continuara su vida. Así que calló, y se quedó mirando su figura desapareciendo tras la puerta.
En cuanto su puerta se cerró completamente, supo que había desperdiciado la última oportunidad que había tenido y ya no había marcha atrás.
Así que metió los puños en los bolsillos, contuvo las lágrimas, la voz, y empezó a caminar.
Oikawa Tooru odiaba perder.
Iwaizumi Hajime también.
¡Hola! Aquí os dejo el reto número 17: haz un Fanfic. Este es de un anime llamado Haikyuu! (Lo recomiendo) pero no hace falta verlo para entenderlo. He intentado hacer que se entienda sin meter muchas referencias y explicando un poco su historia así que me ha salido unas 1800 pero como el tope es 2019 pues perfecto.
Los objetos son el número 16: persona asexual y el número 28: ascensor.
¡Espero que os haya gustado! ¿Un comentario de opinión ✨👀?