Estaba oscuro, como era de esperar. La oscuridad le daba miedo, a pesar del tiempo que había transcurrido, seguía con ese temor que no parecía abandonar su corazón.
La oscuridad estuvo en su vida más tiempo del que hubiese deseado, y había aprendido a odiarla.
Decidió dejar de pensar en ello, con una leve sacudida de cabeza.
Después de todo, la oscuridad sería aplacada cuando encendiera la linterna, el rayo de luz iluminando un armario de madera. Escuchó un ruido y se alarmó, apagando de inmediato la linterna. Dejó que pasaran algunos minutos, agazapada en el suelo. Se permitió suspirar de alivio transcurrido un tiempo.
Sólo había sido una falsa alarma.
Encendió de nuevo la linterna, alumbrando el mismo armario, y con sigilo se aproximó a este. Apretó los dientes cuando la puerta chirrió, debido a lo oxidados que estaban sus enganches, pero no pareció alertarle.
Suspiró de nuevo con alivio, y centró su atención al armario, rebuscando entre la ropa. No encontraba lo que quería, y se arriesgaba a despertarles.
A lo mejor estaba en la mesilla de noche. O quizá lo había guardado en la cocina. Tal vez, en el baúl de la esquina.
Suspiró por tercera vez, esta vez de cansancio. A ese paso tendría que registrar toda la casa. Sin embargo, una sonrisa surcó su rostro al pensar en la razón por la cual hacía todo eso.
No podía rendirse.
Inhaló aire y, con cautela, cerró el armario. Se agachó de nuevo y enfocó la linterna al lado de la cama, donde la mesilla de noche color caoba estaba esperándola con los brazos abiertos.
Se acercó con cuidado de no hacer chirriar los tablones del suelo —ya le había pasado antes, y lo que menos quería era despertarles—. Con suerte, pudo llegar al velador sin mayor problema. Sin embargo, en ninguno de los dos cajones estaba lo que buscaba.
Bufó, levantando ligeramente los cabellos castaños que le caían en la cara. A ese paso, se tiraría ahí todo el día. Y no tenía tanto tiempo.
Sin más remedio, alumbró hacia otro lado. Descubrió entonces la cómoda que estaba opuesta a la cama, y sonrió. Seguro que estaba ahí.
Se irguió todo lo silenciosamente que podía con ese suelo que chirriaba a cada rato, y se acercó a la cómoda. Abrió el tercer cajón, que era el que tenía más a mano, y empezó a inspeccionar.
—Cerillas, tijeras, medias... —susurró para sí, apartando todo pues no era lo que buscaba.
De repente, la linterna empezó a parpadear, y se alarmó. Segundos después, el parpadeo se volvió oscuridad, y quedó sumida en la más profunda negrura de nuevo.
Su primer instinto fue gritar, pero se puso las manos en la boca para impedirlo. Si lo hacía, les despertaría.
Odiaba la oscuridad. Le hacía recordar.
Y no le gustaba recordar.
Tanteó el cajón en busca de las cerillas. No le gustaba la opción, pues su cabeza aún conservaba la imagen del fuego, invadiendo todo, rodeándola con su calor y su peligroso color naranja, pero no tenía otra opción.
Prefería mucho más el fuego que la oscuridad.
Porque la oscuridad le recordaba a ese hombre y las dolorosas noches que jamás se atrevería a contar, y el fuego le había librado de aquella tortura que duró demasiados años.
Encontró la caja y, a tientas, logró encender una cerilla. El fuego brilló en sus ojos verdes, y quedó absorta por un momento en este.
Todo había empezado y terminado, hacía dos años, con eso.
Con una simple cerilla.
Dirigió la luz de nuevo al cajón, y sus iris verdes se encendieron como estrellas al divisar lo que tanto había estado buscando.
Sabía que tenía que estar por ahí. Sonrió de oreja a oreja al conseguir su objetivo y apagó la cerilla, casi consumida en su totalidad, de un soplido. Parecía que el fuego le traía suerte.
Cerró el cajón tras tomar su preciado objeto, haciendo una mueca al ver que había hecho demasiado ruido por la emoción.
Uno de los cuerpos que abultaban bajo las mantas se removió, pero no dio signos de levantarse. Suspiró de alivio y caminó de puntillas hacia la entreabierta puerta.
Sólo un poco más...
Estiró la mano para alcanzar el pomo de la puerta, cuando entonces, sucedió.
Su pie pateó algo que parecía ser de cristal, porque se estrelló contra la pared y el sonido de algo rompiéndose en mil pedazos resonó en toda la habitación.
Oh, oh.
Las luces entonces se encendieron, y la mujer se sentó en la cama como un resorte, y un par de ojos castaños le miraron con espanto.
—¿¡Qué demonios...?! ¿¡Nat?!
Una sonrisa entre traviesa y culpable surcó su rostro.
—¿Hola...?
Antes de que pudiera decir nada, la otra mujer, que aún seguía acostada, empezó a removerse.
—Cariño, ¿qué es todo este ruido...?
Lentamente, se incorporó hasta quedar sentada como su pareja, y miró a la chica con ojos verdes curiosos.
—¿Nat? ¿Qué pasa? ¿Qué haces aquí a las...? —miró el reloj digital de su muñeca—. ¿Siete y media?
—Buenos días, supongo —rió con algo de nerviosismo.
Su madre le miró con sus castaños ojos enfadados.
—Nat, responde.
La chica rodó los ojos y levantó la mano, enseñando el pegamento que tenía.
—Se me acabó el pegamento y necesitaba más. Me acordé que te llevaste una barra a la habitación y vine a buscarla.
—¿Por qué no nos despertaste? —Mel se restregó uno de sus verdes ojos con una mano, y rodeó los hombros de su novia con el otro brazo.
—Es que era para daros una sorpresa, pero todo se arruinó por ese vaso —la muchacha infló las mejillas.
—Mel, es tu culpa —Mel miró divertida a su pareja.
—¿Perdón? Tú fuiste la de la leche por la noche, Tara.
—Ya, ahora acúsame.
Las tres rieron ante el juego, y minutos después, Tara suspiró, recogiéndose el cabello castaño con un coletero que tenía siempre en la muñeca.
—Nat, trae la escoba y recoge eso. Mel, por favor, ve a ver qué se está quemando en la cocina.
Nat abrió los ojos como platos.
—¡El pastel!
Tara vio cómo Mel y Nat corrían a la cocina, y sonrió.
Esa era su familia.
Hey-o!
¿Cómo estamos? Aquí os dejo el reto numero 14: Relata un hecho cotidiano como si fuera una hazaña epica o un crimen.
No sé si se nota que está relacionado con el otro pero si tenéis preguntas encantada de contestaros :3
Ala. Pues aquí lo tenéis.
Espero que os haya gustado este :3
Dejo links :3
Hasta otra