martes, 25 de diciembre de 2018

#Origireto2018: Noviembre #1


Se despertó, se miró en el roto espejo y se dio miedo a sí misma.

Perfecto.

La luz de la luna empezó a colarse por su ventana, alumbrando la penumbra de su habitación. Se desperezó con lentitud y echó a caminar, sus aletas azules entorpeciendo su camino. La luz titilante de una bombilla alumbraba la bañera, notablemente desgastada por los años, junto a la cortina desgarrada por lo que, supuso, era la garra de uno de los cambia-formas que había habitado esa casa anteriormente.

Llenó la bañera de agua casi congelada, y se metió dentro, relajándose.

Ser un monstruo era agotador, menos mal que tenía el día libre…

O lo tenía hasta que escuchó los cuchicheos y el crujir de las tablas de madera en el piso de abajo.

Soltó un suspiro, hundiéndose más en la bañera.

Odiaba a los renacuajos pequeños. Era espantoso tener que lidiar con sus gritos, pero al menos eran los primeros en largarse. Por ello, odiaba más a los renacuajos medianos, que se hacían los valientes hasta que veían que “el terrible monstruo” se movía y abría la boca, aunque fuera para decir “hola”.

Entonces, salían corriendo igual que los pequeños.

Los mayores no creían en monstruos, así que eran mucho mejor de tratar, y controlaban a sus renacuajos.

Esperaba que se tratasen de renacuajos pequeños. No quería lidiar con los medianos en su día libre no tan libre.

No entendía muy bien por qué los humanos la temían. Los tíos no eran particularmente guapos, ni las tías unas modelos. Había visto mejores especímenes que los humanos a lo largo de su vida. Suponía que, al ser de otra especie, tenía un concepto de belleza distinto.

A veces se preguntaba por cuánto tiempo tendría que estar ahí, y no en las profundidades del mar al que pertenecía. Odiaba la superficie terrestre, y consideraba una maldición poder sobrevivir en ella.

El sol era insoportable, y en esa abandonada casa daba un montón, pese a haber escogido la habitación más oscura.


#Origireto2018: Diciembre #2


—¿Dónde se supone que estoy?

Mi propia voz resuena en este espacio oscuro, vacío, sin un principio ni un final visible. Me levanto como puedo, pero mi cuerpo parece estar pegado a lo que, supongo, es el suelo. Intento estirar los brazos para ubicar las paredes (si las tiene) pero no encuentro nada.

Y es que no hay nada. Activo mi visión nocturna, porque no hay otra opción, pero así tan solo logro distinguir una luz. Una extraña luz que está al fondo, y que identifico con la solar. Sin más remedio, me dirijo hacia ella, y aunque intento hallar respuestas a mis preguntas en Google, la red no está disponible y no detecto ninguna señal WiFi cercana.

Si no puedo consultar las búsquedas en Google, tengo que basarme en mi base de datos, pero mi base no tiene ninguna explicación razonable. Los circuitos empiezan a calentarse y el motor va más rápido de lo que debería, y se parece a cuando los sistemas se apagan. Pregunto a la base si va a volver a colapsar el sistema motor, pero no hay una respuesta exacta al cien por ciento, tan solo una posibilidad del treinta y cuatro.

Mientras más me acerco a la luz, más se amplia. Eso significa que debe ser una especie de salida, aunque mis brazos van chocando con una textura parecida a la roca, por lo que supongo que estoy en una especie de cueva.

Mi base de datos tan solo ubican las cuevas más famosas por su antigüedad, pero sin red no puedo usar el sistema de navegación. Por tanto, mi única posibilidad es guiarme por aquella luz solar.


sábado, 22 de diciembre de 2018

#Origireto2018: Diciembre #1

Pinocho era un niño... no tan normal. Se podría decir que era un niño, pero no era como los demás.

No tenía huesos, y tampoco tenía sangre. A cambio de venas y arterias, tenía cables y circuitos. En vez de corazón, poseía un motor y cambiaba la piel suave y blanda de cualquier niño de ocho años por el frío y grisáceo acero inoxidable.

Era un niño muy inteligente. Podía hacer las matemáticas más enrevesadas antes que la calculadora más rápida, podía citar cualquier autor de cualquier fecha y decir sus obras antes de que Google siquiera mostrase los primeros cinco resultados de su búsqueda.

Era muy inteligente, pero no era nada raro que lo fuera, puesto que todos los niños de su tipo también lo eran. Sin embargo, y como ha sido dicho antes, Pinocho no era como los demás.

Los demás aprendían a configurar sus programas para poder aprender todo lo demás que aún les faltaba, y poco les importaba lo que les dijeran los demás. Hacían oídos sordos, si es que siquiera su sistema alcanzaba a escucharlos, y seguían a lo suyo.

Pinocho no. De alguna incomprensible manera, su sistema de audio siempre daba prioridad a aquellos comentarios de esa gente que les veía como armas. Gente que les tenía miedo. Gente que decía que no eran humanos, que no eran normales, y que su creación supondría la destrucción de su especie.
Pinocho no estaba muy seguro de por qué, pero cuando escuchaba aquello, sus sistemas caían y no podía trabajar como el resto. Y le costaba mucho hacer que se vuelvan a encender y trabajar.

Como esto le pasaba tan a menudo, sus creadores empezaron a pensar que era defectuoso. Pinocho trataba de explicar que tan solo sucedía cuando escuchaba los comentarios de la gente, pero ni siquiera prestaron atención a lo que tenía que decir. Después de todo, Pinocho no era el único en el laboratorio. Tenía veintinueve compañeros que estaban en perfectas condiciones.

Por tanto, cuando Pinocho escuchó que iban a apagarle, hizo lo que a sus sistemas de seguridad se le ocurrieron: salir del laboratorio.

Pero era algo casi prohibido para los de su tipo.